En un pasillo verde del centro de Chillán, cuatro historias se cruzan para dar vida a Farol. La barista Paulina Sánchez, la pastelera Catalina Sánchez, el cocinero Franco Godoy, y el barista-tostador Gabriel Aroca. Juntos levantaron una cafetería familiar donde conviven la memoria, el oficio y una cocina que mira al territorio con afecto; postres que despiertan recuerdos, pizzas hechas a mano, café de especialidad y una identidad que crece desde lo íntimo. Un proyecto construido desde una casa que cambió para siempre, que hoy ilumina -con luz propia- la escena gastronómica chillaneja y que revela, en cada detalle, quiénes son ellos realmente.
En Chillán, capital de la Región de Ñuble, algo se viene gestando. Viene afinando su propio ritmo. Locales pequeños que trabajan serio, productores que sostienen el territorio desde hace años, cocinas jóvenes que se suman sin querer inventar la rueda, pero sí pulirla. En ese mapa aparece Farol.
El primer gesto es entrar por el pasillo. Verde, estrecho, fresco. Una suerte de anticipo de lo que viene. Las plantas no están ahí sólo por decoración. Vienen de la propia casa, de una familia que se mudó con maceteros, cactus y árboles al hombro.
El olor es el segundo aviso. Mezcla de pastelería fina y cocina de casa. Dulzor tostado, notas de naranja, canela, masas recién horneadas. Basta que pase un postre hacia la mesa -una tarta de arroz con leche, un profiterol, un bocado con base de harina tostada- para que el aire cambie.
Farol está hecho para eso, para que algo pase.
Un Nuevo Punto de Partida, con Liliana Y Paulina como Abanderadas
📸 Crédito de la imagen: Aliño Estudio Creativo / Matías Álvarez
A veces, como periodista gastronómico, uno siente que ya ha visto muchos proyectos. Y entonces aparece Farol y te demuestra que siempre habrá historias que sacuden. Qué todavía quedan lugares donde se cocina desde la entraña.
La suya comienza lejos de un plan. Comienza con una mudanza y un momento que, como pasa a veces, dejó la casa distinta.
La familia Sánchez-Lazo dejó Santiago en 2016 para que el padre -cansado del ritmo de la capital, buscando algo más tranquilo- pudiera envejecer con más calma en Chillán. Eran cuatro hermanas, Liliana (la madre) y una casa que pronto se llenó de plantas, maceteros, árboles nativos.
Cuando él ya no estuvo, quedó la casa. Quedó ese pasillo. Quedó, sobre todo, la necesidad de recomponer una vida.
Liliana empezó a hacer tortas a pedido: tres leches, manjar-pastelera, preparaciones que huelen a cumpleaños y sobremesa. Con la ayuda de su hija mayor, Paulina, postuló al capital abeja y pudo equipar mejor la cocina. Todo era a puerta cerrada. Todo en pequeño. Todo muy de familia.
Mientras tanto, “la Pauli” como le dicen cariñosamente, estudiaba artes visuales y trabajaba en pubs, aprendiendo a leer la cocina desde el servicio.
En plena pandemia, cuando el trabajo tradicional tambaleó, decidió involucrarse de lleno en lo que su mamá venía haciendo. Se inscribió en un curso de barista sin tener un gran plan detrás. Encontró, ahí, una puerta. Ese giro al café de especialidad se transformó en el primer haz de luz de lo que hoy conocemos como Farol.
Catalina y el Lenguaje de Las Capas
📸 Crédito de la imagen: Farol via Instagram
Catalina llegó a la cocina mucho antes de entrar a la universidad. De la mano de su abuela, Emilia Martínez, jugaba con cassatas y barro; mezclaba agua, tierra, imaginación. Años después, en la escuela de gastronomía, entendió que lo suyo era la pastelería. Más específicamente, las capas. Capas de información, capas de sabor, capas de goce absoluto.
Fue de las estudiantes que preguntan por qué y no sólo cómo. La que se quedaba investigando, la que proponía ideas, la que su profesora de pastelería extrañaba cuando faltaba a clases. Esa inquietud hoy se ve en la vitrina de Farol.
La tarta de arroz con leche es una de las llaves de lectura del proyecto. El ejercicio fue claro… ¿Cómo convertir ese postre tan chileno en algo que se pueda tomar con la mano, sin vaso, sin pote, sin perder la esencia? La respuesta se armó en capas: sablée de cacao crocante + manjar de campo + arroz con leche + crema diplomática especiada + salsa de manjar con jugo de naranja.
Es un bocado que activa la memoria incluso en quien nunca tuvo ese postre exacto en la infancia. Reconocible y sorprendente a la vez.
Hay luces que no iluminan por brillo, sino por memoria. Farol es una de ellas.
Franco y una Decisión Necesaria
📸 Crédito de la imagen: Farol via Instagram
Franco llegó a este proyecto por una mezcla de amor y cansancio. Compartió ramos con Catalina en la universidad, hoy su compañera de vida. Trabajó en cocinas, vivió la precariedad que tantos cocineros conocen; sueldos bajos, horarios abusivos, desgaste acumulado. Un día decidieron que ya era suficiente. Renunciaron juntos esperanzados en Farol.
Franco tiene una forma de estar. Camina lento, observa antes de hablar, escucha con atención. Tiene algo de esos cocineros que crecieron aprendiendo a punta de ensayo y error; que no romantizan la cocina, pero la respetan como buen oficio antiguo. No le gusta el ruido innecesario. Prefiere el trabajo silencioso, el repetir algo hasta que salga como debe ser.
Le inspira la gente que hace cosas con las manos. Los oficios, la precisión. Lo simple bien hecho. Es de los que aún se sorprenden con una buena masa o con un producto noble tratado con cariño. Esa sensibilidad aparece en sus pizzas, en los panes que ha ido perfeccionando, en la forma en que piensa las masas como algo vivo, que responde, respira y cambia.
Y a todo eso se suma algo más profundo, su padre. El maestro Víctor, soldador autodidacta, armador de máquinas, de estructuras, de portones. Un hombre de manos firmes y soluciones prácticas. Él construyó la fachada del local, las mesas, las protecciones del pasillo y el farol metálico que en el presente recibe a quienes entran.
Ese farol se convirtió en un guiño heredado, un pedazo de historia familiar convertido en señal luminosa. Una presencia que atraviesa la identidad de Farol y que también define, en parte, el modo en que Franco se relaciona con su trabajo. Con paciencia, con cuidado, con respeto.
El Campo, el Café y el Abuelo de Gabriel que Sigue Ahí
📸 Crédito de la imagen: Farol via Instagram
“Gabo” viene del campo y eso marca su manera de entender el café. Su familia, por parte de padre, está ligada a la agricultura. Sabe lo que significa trabajar meses para que, al momento de la cosecha, el precio pagado sea injusto. Sabe lo que implica que el territorio produzca mucho, pero reciba poco a cambio.
Estudió gastronomía, tuvo malas experiencias en cocinas muy intensas y terminó encontrando refugio en la cafetería de especialidad. Primero como barista, luego aprendiendo el tostado; entendiendo que el café -igual que el vino- tiene variedades, perfiles, decisiones.
Su proyecto personal -que pronto se integrará físicamente a Farol- es tostar café con su propia marca, en homenaje a su abuelo Domingo Alfredo Cortés Campos (DACC). Una vida trabajada, difícil, que él decidió recordar desde la dignidad de un nombre en un paquete de café.
Cuando la tostadora se instale frente a la barra, el ritual será completo. Ver el grano verde, oler el tostado, probar el resultado. ¡Qué el café no sea sólo una bebida, sino una historia contada en una taza!
“En Chillán Planté Una Rosa”
📸 Crédito de la imagen: Farol via Instagram
Chillán no parte con Farol. Hay rostros que vienen haciendo bien las cosas. Cafeterías que abrieron camino al café de especialidad, panaderías de oficio, cocineros que trabajan con productores de la zona; mención especial a Francisca Espinoza y Diego Pineda de Unión Restaurant, quienes construyeron el puente para conocer de cerca el proyecto relatado y han sido inspiración para el equipo.
En ese ecosistema, Farol no llega a descubrir nada. Llega a sumarse. A empujar un poquito más la conversación desde la pastelería de vitrina, desde el café trabajado con detalle, desde una historia familiar que se vuelve propuesta. Es un proyecto joven, sí (inaugurado el 27 de mayo del año pasado), pero dialoga con una ciudad que ya viene cocinando su identidad hace rato.
La Carta Mientras Encuentra Su Forma

📸 Crédito de la imagen: Farol via Instagram
Sus opciones iniciales fueron más clásicas: tortas al corte, rollos de canela, formatos grandes. Con el tiempo, Catalina y Franco empujaron hacia lo que realmente querían hacer: postres unitarios, más delicados, con capas, con trabajo fino.
Hoy la vitrina muestra piezas como el profiterol de café, el profiterol choconaranja, el postre de ulpo -a base de dos técnicas con harina tostada- y frutilla, el de arroz con leche, el chocotoffee -con toffee salado- cubierto de maní. Crocancias, cremosidad, notas ácidas y más, mucho más.
No obstante, Farol no vive sólo de su vitrina dulce. Su cocina salada se ha convertido en otra razón por la que la gente vuelve. El Panuozzo, hecho con masa casera -tierna, aireada- se rellena con queso crema aromatizado, prosciutto, hortalizas de estación, pesto de cilantro, aceite de naranja y mostaza a la antigua. Un sándwich cálido, jugoso, lleno de matices y texturas.
El Perrito Farol, en tanto, ha ganado seguidores propios. A esta altura, fanáticos. Una masa que envuelve la tradición de una salchicha de Cecinas Bengoa, acompañada de una salsa tatemada, repollo encurtido, hortalizas, aceite de ajo, lactonesa de ajo asado y mostaza a la antigua.
El Primer Destello Y Hacia Dónde Alumbra Farol
📸 Crédito de la imagen: Farol via Instagram
En la memoria del equipo hay un hito claro, el profiterol de frambuesa. Nació casi por necesidad, cuando el refrigerador se llenó de berries que llegaban por el trabajo agrícola de la hermana mayor.
Pegó fuerte en la clientela. Se volvió postre de verano, favorito, esperado. El éxito fue tal, que Paulina –en uno de sus otros talentos- terminó pintándolo en grande. Hoy ese profiterol tiene su propio cuadro en la pared, una especie de retrato oficial de uno de los postres que hicieron que la vitrina cambiara de rumbo.
Lo que viene no es una expansión agresiva, sino una profundización. La barra se remodelará para recibir la tostadora de Gabo. El café tendrá rostro y apellido, y seguirán apareciendo postres que dialoguen con la memoria chilena. La cocina salada irá encontrando nuevas formas. Y el espacio, por su parte, ganará en hospitalidad.
Farol no está terminado. Ningún proyecto vivo lo está. Y menos uno que trabaja con luz.